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... un paseo por Budia

(este artículo está escrito por Antonio Herrera Casado)
... y dice así:




"... Se han ido los viajeros, en la mañana de sol y neblinas, hasta el borde de las aguas de Entrepeñas. En la lejana bruma del horizonte surgen emparejadas las eminencias grises de las Tetas de Viana y las torres de la Central Nuclear. Sobre éstas, el penacho incierto de una nube artificial que nunca se resuelve en lluvia. Hay petirrojos todavía, verderones y pardillos. Canta la alondra entre las zarzas. No corre un pelo de aire, aunque las fuentes están rodeadas de un collarín de hielo.
Budia es el poblachón alto y despejado donde ríen los niños de la plaza y barajan su pretérito los viejos conformistas. Los viajeros han estado mirando para los escudos, que están enteros y resplandecientes, como si los hubieran restaurado. Los hay en varios palacetes de la calle principal, y dicen que en siglos pasados la gente noble se dedicaba, si no a vivir en este paisaje tierno de olivos, sí al menos a construirse sus casas con el anhelo íntimo de ver pasar en ellas sus años últimos.

Los viajeros se pasean por las calles y plazas del pueblo, en fuertes cuestas situadas, formando un conjunto de gran belleza e interés. Leen los nombres de las calles: está la de Boteros, la de las Marujas, la del Hospital y tantas otras que suenan a siglos domésticos en los que las gentes eran capaces de ser amigas. Un buen puñado de los edificios de Budia conservan todavía incólumes las esencias más puras de la arquitectura popular alcarreña: la planta baja es de sillarejo, y las altas se construyen a base de entramados de madera, con adobes y enfoscados grisáceos, añadiendo sus voladizos y tallados aleros, así como algunas galerías abiertas en el último piso.

La Plaza Mayor presenta en su costado de levante el bello edificio del Ayuntamiento, ahora perfectamente remozado, con un pórtico ancho y alegre y una galería alta de columnas, con capiteles tallados en piedra de una sencilla traza renacentista. Adosada a sus muros, está la grande y tradicional fuen­te, obras ambas del siglo XVI. Y en los bajos del edificio, el bar comunal, en el que los viajeros beben vino y comen escabeche, que es lo suyo.

No dejan de visitar la
iglesia parroquial, que es un bonito edificio de hace cuatro siglos, construido a base de sillares en las basas y esquinas. Su portada, precedida de un atrio descubierto y orientada a mediodía, es un extraordinario ejemplo de estilo plateresco en la Alcarria, muy “covarrubiesco”, con ornamentación de grutescos y vegetaciones en magnifica talla, así como bichas y otros detalles de gran efecto y equilibrio. En las enjutas hay unos grandes medallones que muestran (por sus atributos los conoceréis) a San Pedro y San Pablo en funciones de guardianes del caserón sacro. El interior, ahora difícil de ver porque normalmente está cerrado bajo llave, es de tres naves, con coro alto a los pies. Es muy bonito un frontal de altar, en plata repujada, con decoración exuberante, barroca, que muestra en el centro una imagen de Nuestra Señora del Peral de la Dulzura, patrona de Budia. En lo que fue capilla de la Visitación, hoy cabecera de la nave de la Epístola, se encuentran adosadas al muro dos laudas sepulcrales con tallas que representan a sendos personajes yacentes, en ellas enterrados. Una representa a una mujer tocada al estilo del siglo del siglo XVI, y en ella se lee:”Aquí yace la honrada Juana García mujer de Fernando de Cañas. Falleció el año de 1560″. Debajo, hay una lápida con el relieve de un sacerdote, muy grueso y de enorme tonsura, que lleva debajo esta leyenda: “Aquí esta sepultado el Reverendo Señor Pedro de Cañas, Cura que fue de esta Iglesia de Budia. Falesció a del mes de año de MD años” que viene a decirnos de su existencia en el siglo XVI, aunque no llegó a esculpirse la data exacta de su muerte. En la capilla lateral del Evangelio, y cubiertas por vitrinas de cristal, se encuentran dos extraordinarias tallas debidas al cincel y el arte de Pedro de Mena. Se trata de un Ecce‑Homo y de una Dolorosa, en tamaño mayor del natural, solamente de cintura arriba, y tratados con el virtuosismo y la maravillosa destreza con que Mena realizó su obra universalmente reconocida. Estas tallas estuvie­ron siempre en la Ermita del Peral, pero después de 1939 fueron tras­ladadas a la parroquia.

No subieron los viajeros en esta ocasión hasta las altas eras donde yace, en ruinas lastimosas, el
Convento de los Carmelitas. Quien quiera repetir el viaje debe hacerlo, debe subir hasta la meseta amplia que forma la montaña en declive, y allí ver la estructura de la iglesia conventual, con su magnífica fachada todavía en pie, aunque con amenazadores signos de ruina. Se trata de un ejemplo muy importante y característico de la arquitectura carmelitana del siglo XVII español, en la línea de las fachadas conventuales de Ávila, Madrid y Guadalajara que en esa centu­ria trazaron y construyeron varios monjes carmelitas. El convento de Budia, en realidad no se fundó hasta 1732, siendo levantado el conven­to e iglesia inmediatamente después, pero su tradición arquitectónica y artística pertenece en todo a la centuria anterior.

Cualquier mañana de sol, cualquier instante, tendrá un goce especial en la plaza de Budia. Ni existe silencio, ni bullanga en su centro. Parece que vive, como un animal cumplido y amable, al ritmo de quienes la pueblan. Desde las gradas del atrio del Ayuntamiento, entre la dulce caricia del sol invernal y el arrullo de los cirros blancos, los viajeros piensan que nunca acabará ese instante de dicha. La vida, piensan, está hecha de esos momentos. Buscarlos, y vivirlos despiertos, es lo único que merece la pena.-..."